Tios de Futaleufú en la Noticia - Diario EMOL

Lunes 12 de Junio de 2006

Agricultores de Futaleufú
Pequeños gigantes

Cuando llegaron encontraron sólo árboles y matorrales y el primer año se les murieron sus dos vacas. Hoy son los mejores productores de pasto de la zona.
Soledad Neira F. desde palena

"Morirán de hambre" les advirtieron quienes los vieron partir de Futaleufú para ir a instalarse en una empinada ladera de esa comuna fronteriza con Argentina, a unos 15 kilómetros del pueblo.

No les dieron el gusto a los agoreros, sino que se convirtieron en los protagonistas de una historia de superación, esfuerzo y amor a la tierra, además de un ejemplo productivo.

Porque Blanca Eggers y su marido Cristino Redlich, dos pequeños agricultores usuarios de Indap, de esos que muchas veces apenas subsisten a lo largo de los campos chilenos, convirtieron un peladero en la cordillera, en un predio que en dos años pasó de 2.500 kilos de pasto por hectárea a 9 mil. Todo un récord si se considera que los máximos de la zona suelen estar en los 4 mil kilos. Además, aprovechando el mismo pasto lograron aumentar en 35% su masa ganadera, y vender forraje a sus vecinos, y la leche la convierten en quesos - autorizados por el Servicio de Salud local- que venden a hosterías de la zona.

"Son un ejemplo de lo que puede hacer cualquier agricultor típico de Chile, por pequeño que sea, si trabaja con perseverancia, es ordenado y aplica los conocimientos que adquiere en las asesorías técnicas en las que participa", indica el Secretario Regional de Agricultura de la X Región, Yerko Yurac.

Más sorprendente aún si se considera que hace unos años ni siquiera eran agricultores.

Blanca Eggers (59) tenía un pronóstico fatal por un cáncer que le habían detectado dos años antes en el Hospital de Esquel (Argentina), al que los chilenos de esa zona recurren a falta de hospitales en territorio nacional. Le dieron dos años de vida y decidió pasarlos en el campo, donde siempre quiso vivir.

Su marido la siguió. Cristino Redlich (58) era zapatero, fabricante de botas de cuero de las que se usan en la zona, pero los calzados importados lo tenían a medio morir saltando.

Vendieron todo y se instalaron en un predio vecino a la Reserva Nacional Huemules, a una hora caminando de la frontera con Argentina.

El predio, de 60 hectáreas, era una selva de matorrales y árboles a medio quemar producto de antiguos incendios. Su casa, una choza.

El primer invierno fue muy duro. Sus dos primeras vacas se les murieron, porque no tenían forraje, pero hoy son por lejos los mejores productores de pasto de la provincia.

El jefe de área de Indap en Palena, Juan Carlos Silva, resalta en ellos la capacidad de innovación, perseverancia y el cumplimiento de sus objetivos productivos.

El matrimonio aprovecha el pasto, pues además de venderlo como forraje, lo utiliza para hacer crecer su piño de animales. En los últimos dos años aumentó su masa ganadera en 35%, al pasar de 50 a 70 animales. Y el predio está certificado Pabco B, es decir, está habilitado para exportar a cualquier parte del mundo, con excepción de la Unión Europea.

A pesar de estar en un cerro con una pendiente por sobre 20% - que dificulta las actividades agrícolas- y de lo duro del clima, la montaña de los Redlich-Eggers es un vergel. Tienen desde duraznos, ciruelas, cerezos, caqui, nogales hasta hortalizas gigantes, como zanahorias, zapallos o preciosas lechugas.

No ha sido fácil, reconocen. Pese a que gozan de un microclima, los inviernos son duros y las heladas obligan a esmerarse en los cuidados para que no se quemen las siembras.

Han experimentado con productos como la quínoa y hasta hay una piña que está prendiendo, a pesar del frío.

Pese a su edad, trabajan solos su tierra. Con ingenio y tomando lo que tienen más a mano lo han ido construyendo todo.

A su campo se llega por un camino de unos cuatro kilómetros hecho a pulso por el medio de un bosque. Lo construyeron a la antigua, con pala, picota y carretilla. Con rudimentarios procedimientos despejaron la vía de algunas rocas, calentándolas para reventarlas sin explosivos, a golpes de combo.

No hay electricidad, pero tienen una lavadora de ropa que funciona con una turbina movida por el agua de un río. El mismo sistema que les proporciona luz eléctrica.

Hoy ya viven en una casa, que construyeron aserrando madera de los bosques, con la misma que cercaron. De igual forma han construido establos y levantado galpones que ya se quisieran agricultores más grandes.

No paran y agregan valor a los productos que extraen de la tierra, aplicando los conocimientos que obtienen de los cursos y asesorías técnicas de Indap en las que participan.

Doña Blanca había hecho un curso de fabricación de quesos con un danés de la FAO, la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, hace unos 15 años. Son los conocimientos con que convierte la leche en quesos que vende maduros y frescos. Pretende mejorar su oferta con unas recetas argentinas que piensa probar esta temporada.

La fruta fresca la venden sin problemas en una zona de turistas exigentes, en la que esos productos son realmente escasos y caros. Otra parte la transforman en mermeladas y frutas en conservas que también tienen buenas ventas.

Y como esa familia no descansa, en el largo invierno, con medio metro de nieve o más afuera, Blanca hila la lana de sus ovejas con un antiguo huso. Luego teje finas frazadas que vende en US$ 150 a los turistas que una hosteria de Futaleufú le lleva .

En este afán por obtener productos de la tierra, doña Blanca ha conseguido un beneficio inesperado. "No tengo ningún síntoma de mi enfermedad. El campo me tiene viviendo de prestado".